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EN LA MONTAÑA Y MÁS ALLÁ, TODOS SOMOS FAMILIA

Por Anayibe Paipilla (Anni) 

 Año 2020, las noticias anunciaron el inicio de una pandemia que detuvo la tierra, llenando de incertidumbre a la raza humana. Detuvo el Trail. Detuvieron el movimiento en las calles de los corredores declarados locos por madrugar a entrenar, fueron enclaustrados en el “psiquiátrico” de su hogar. Se preguntaron ¿Y ahora qué? El silencio, y luego… ¡ahora nada! ¡A entrenar como se pueda! Teníamos la esperanza que durara un mes, tal vez dos, bueno… hasta tres máximo. No fue así, nuestra espera para recorrer las montañas, de una de las carreras de Trail más mencionadas alrededor de este mundo apasionado por ellas, debía esperar. Dos años increíblemente casi interminables.

 

Tuvimos que ser creativos, dando vueltas por la casa, corriendo de la sala a la cocina, subiendo y bajando las escaleras de los conjuntos que habitamos, imaginando los ascensos y descensos de la majestuosidad de una montaña. Midiendo los tiempos como verdaderos profesionales del Runner. No paramos. Surgieron entonces las carreras virtuales. Esperábamos con alegría las medallas en la puerta de la casa. enviábamos nuestros tiempos y comparábamos nuestro avance. Como sea, debíamos gritar que los corredores no desistíamos y que esperábamos pacientes a que las carreras volvieran. En especial, el anuncio de la fecha de la carrera de PacifikTrail. La pandemia cedió espacio a la continuidad de lo cotidiano, luego de haber arrancado de nuestro plano terrenal a unos cuantos amigos de carreras. (Una oración por ellos). Trasladamos nuestros entrenos de nuevo a las montañas, a las calles de forma masiva. Hasta que el día llegó y las ansias por comernos esos kilómetros en las montañas de Calima – Darién ya tenía fecha.


 
En la entrega de kits, dimos abrazos aplazados, unos conservando su estilo, otros se dejaron la barba, algunos, un poco más cachetones, otros, muy fitnes, preparados para el reto. Volvieron las fotos con Mibuc, con Kike. Aclamado porque ya teníamos la camiseta, el número y había que presumirlo en redes. La cita se dio desde el día 30 de septiembre. Los Trail Runners inscritos para la carrera desde el año 2019, estábamos listos. El sábado 01 de octubre en Darién el ambiente gritaba a todo pulmón “PACIFIK TRAIL ESTÁ DE VUELTA”.


Desde nuestros sitios de alojamiento la voz que motiva, la que hace vibrar nuestros corazones, subiendo los niveles de aceleración se oyó. El profe Wilson vibrando desde la alfombra roja daba la salida de los primeros corredores, los más “berracos” los que se enfrentaron al reto de los 63 kilómetros, unos minutos más tarde la largada de los corredores de 42 kilómetros, una maratón de montaña, todo un reto celestial. Y mientras ya las pisadas de los primeros corredores saludaban a la montaña con su trote, los de 21 kilómetros gritaban su salida y los de 10 k ingresábamos al corral.


Como caballos ansiosos por iniciar su galope esperamos el conteo regresivo. Salimos con el corazón palpitando al compás de nuestro trote, con bastones en mano algunos, otros con sus manos listas para agarrarse de lo que fuera. Sabíamos que íbamos a resbalar, tal vez a caer, pero llegaríamos a la meta dejando el eco de nuestra alegría en la más majestuosa de las creaciones: la montaña.


 
El recorrido de 10 kilómetros (que en realidad fueron casi 13k), inició enmarcado por un amplio sendero. Un ascenso continúo sin parar hasta el kilómetro 6, sin aflojar, recordando las mentiras alentadoras: “ya casi”, “una curva y ya empezamos a bajar”, entre otras. Unos subían trotando, otros caminando.  Tal vez, unos más motivados que otros, pero todos con el mismo objetivo: llegar. Los sonidos de nuestras voces y el de nuestra respiración se confundieron con los de la naturaleza. Tiempo para pensar, sentir ese contacto que hace falta para equilibrar nuestra vida. Todos fuimos aliento. Paola con su cámara de ¡Oh Qué Bola! Captando los momentos y con su sonrisa de vivir con nosotros la misma aventura, nos motivaba a continuar avanzando.


 Visualizado el punto de hidratación era el aviso de que se acercaba el descenso. Así fue, muchos deseamos tener un cartón para resbalarnos por ese sendero lleno de barro. Muchos caímos, a otros el calambre les jugó un feo, pero todos nos levantamos para continuar. Pasamos un pequeño río. La frescura de la montaña nos abrazó. Nos acogimos a ella como sus hijos que somos. Durante la ruta y llegando a la meta las voces de aliento nunca faltaron. Conocidos y vecinos del pueblo se unieron para recibir a los corredores. Todos nos enviaban su bonita energía.

 
Unos cien metros antes de observar la meta, estaban los que ya la habían pisado. Ya tenían la medalla en sus manos. Con el cansancio reflejado en sus rostros, se unieron a nuestras familias para recibirnos y es que en la montaña todos somos una sola familia. La meta está siempre más allá de toda la espera que tuvimos que afrontar, para dejar de nuevo nuestra huella y nuestro sudor en las montañas del Darién, quedando en nuestro imaginario la maravillosa vista del Lago Calima, el cual rodeamos en nuestro recorrido. Al igual que la sonrisa orgullosa por un reto cumplido, que hace olvidar todo dolor. ¡Larga vida a los Trail runners que nada nos limita ni nos hace desistir!

 


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